Carta a un sueño.

Carta a un sueño

Iba caminando por la oscura y mojada calle. Sentía las deliciosas gotas deslizarse por mi cara, eran una caricia tierna, amorosa que las nubes me brindaban.

Escuchaba mis pasos que los ahogaba la soledad de la calle. A lo lejos, pero cada vez más cerca oía la mar erizada rompiendo en mil olas que sonaban igual que un trueno constante, sin rayos, sin luces porque el negror de la noche todo lo tragaba.

Disfrutaba de las pequeñas gotas de agua que recorrían mi cara entonces en mi sueño, me fui a mi cabaña. La pequeña cabaña de troncos y techo de paja. La que tengo junto a un lago, al cual llego por un muelle palafitado, en el que me espera la barca. A la que subo para recorrer el lago, para ver los soles y las lunas reflejados en sus aguas calmas. Cómo me gusta mecerme en las aguas, mirando correr las nubes que forman figuras extrañas, o el vuelo en formación de las aves que pasan. Cerca de la costa maravillar mis ojos con los colores de las estáticas libélulas que se posan en nenúfares que pueblan las orillas del lago.

Hoy, al llegar era primavera, el gigantesco jacarandá vestido de azul competía con el cielo, está ubicado a la izquierda viniendo desde el lago. Bajo su sombra hay una mesa y bancos de troncos de un viejo árbol caído en la tormenta. Todo su entorno está recubierto de una alfombra de flores azules que perfuman de calma las noches que paso sentado en los troncos escuchando grillos, lechuzas y ruiseñores, todos ellos salen de su refugio del bosque de pinos y hayas que se encuentra detrás de mi cabaña. Dos senderos conectan el bosque con la cabaña. Senderos que cuando entro me llenan el alma, porque puedo hablar con los árboles, escuchar sus risas cuando el viento se cuela entre sus ramas. Escuchar como si de la más exquisita sinfonía se tratara los trinos y cantos que pueblan de plumas el aire, los zumbidos alegres de colmenas de abejas colgando de ramas. El olor de las setas ocultas bajo la hojarasca. Y cuando mis pasos se sincronizan con los sonidos del bosque, mi alma lo es todo, árbol, pájaro insecto, seta, aire y calma.

Al otro lado de la cabaña, está el huerto, lleno de verduras frescas y perfumadas, bordeado de un cerco de rosas que con sus perfumes y colores me alegran amaneceres soleados o tormentosos, esas rosas siempre sonríen.

Un pequeño porche con suelo de listones de madera separa la entrada de los cinco escalones de acceso. Dentro, una gran estancia única con una chimenea de piedra, rodeada de un largo sofá con almohadones de colores ocres naranjas, rojos y amarillos. La chimenea está flanqueada por dos grandes ventanales que dan al lago, y sentado en el sofá, veo las más hermosas puestas de sol sobre el lago o las tormentas que descargan con rayos que intentan encender las aguas. Del medio de la estancia tengo una escalera de amplios escalones de madera maciza que sube a la habitación. Cuando subes ya ves en el suelo un confortable futón de lana cubierto por un mullido edredón. El techo de dos aguas está acristalado para así en las frías noches invernales poder beber las estrellas solitarias o acompañando a la luna.

Qué hermosa, cálida y cómoda es mi cabaña, que la tengo guardada en el continuo de los sueños, que es en donde se forman y crean todas las cosas que a nuestras vidas entran.

Hoy les escribo esta carta desde mi cabaña.

Segundo día de luna nueva de acuario de 2016.

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