Hay abrazos que pueden convertirse en vidas eternas, o vivir en un segundo la fuerza que crea galaxias y estrellas.
Son como un cielo diurno en donde no vemos las estrellas, están ocultas a los ojos por el azul de cielo. Tul misterioso y mágico que las tapa con delicadeza para que puedan dormir la siesta.
Hay corazones que esconden la fuerza del abrazo bajo la piel como un cielo azul y luminoso ocultando las estrellas.
Pero cuando los brazos se entremezclan y aprietan y los corazones se acercan, se funden en un torrente de polvo de estrellas.
Ese abrazo escapa al tiempo de los hombres, te lleva al tiempo de las estrellas. Puedes vivir una vida eterna, sólo pensando que se ha derramado polvo de estrellas.
Seguramente estos abrazos se producen cuando se acercan corazones que estuvieron juntos en la misma estrella.
Difícil explicar con un método lo que se siente, porque lo que ocurre cuando te envuelve uno de estos abrazos, entras en la vida eterna.
Parte 1: Lluvia o llovizna en una noche fría sobre una calle empedrada.
Repiquetear de la lluvia, percusión celestial, vehículo atemporal. La lluvia es capaz de llevarme, como lo hace una sinfonía musical, a recordar, a sentir, a crear, a amar.
Me hace transcurrir por caminos de alegría, melancolía, amor.
Siempre con un ritmo diferente, el ritmo de las emociones. Cuando ésta es suave, de gotas pequeñas, de repique lento, me lleva a una calle empedrada de mi querido Montevideo. Vuelvo a caminar sobre el granito negro de los adoquines en una calle nocturna y mojada. Las luces de la calle son destellos ahogados en los charcos de adoquines negros.
Mis pasos siempre van acompañados, somos dos cuerpos abrazados escuchando la lluvia debajo de un paraguas. Es de noche y hace frío, tal vez final de otoño o invierno consumado. El calor del amor camina lento bajo el paraguas. De vez en cuando sin perder la marcha mi cara y tu cara se miran enamoradas. El calor, la ternura y la suavidad de los labios ilumina nuestros rostros. Los corazones laten acelerados, los adoquines de granitos negros quedan iluminados. La lluvia continúa con su sinfonía de agua. Detenemos la marcha para escuchar el beso y la eternidad del abrazo, sentir el amor en calma, solos, quietos, con relojes derretidos en una calle de adoquines negros, empapados, cubiertos de noche fría y solitaria.
A esta lluvia me gusta llamarla “lluvia del amor” porque encierra alegría, nostalgia y pasión amorosa guardada en los corazones, lejos, inalcanzables del corrosivo tiempo, del cruel espacio y de la dura materia. Esta lluvia habita en la dimensión del espíritu y del alma, indestructible y eterna.
Hoy salí a caminar por la playa. El viento de Gregal erizaba la mar.
Mientras emprendía el camino de regreso a casa me di cuenta que había perdido algo. Enseguida revise todos los bolsillos, aparentemente no faltaba nada. El teléfono móvil, los documentos, algunas monedas sueltas. Todo estaba en su bolsillo correspondiente.
Pero continuaba con la sensación de que había perdido algo.
Iba despeinado por el viento, con el corazón liviano, sin peso. Sentía mi cuerpo en calma, la respiración un poco más rápida, por eso de caminar contra el viento. Me sentía liviano, como más suelto. Oía los pájaros cantando al viento, veía las nubes grises cargadas de lluvia adentro. Todo parecía eterno.
Fue entonces que me dí cuenta que era lo perdido: había perdido el tiempo.
Se ve que al caminar por la playa, respirar la mar, escuchar al viento, ver las olas encrespadas haciendo espuma de mar, captaron mi atención y de descuidado perdí el tiempo. Lo peor de todo es que ni cuenta me dí de tamaño descuido.
La verdad, no sentí pena ninguna de que se me perdiera el tiempo.
Tampoco deseo que nadie se lo encuentre, mejor que se vaya mar adentro. Eso: que se una con la mar y guarde sus misterios.
Si alguien lo encuentra y lo recoge, mejor que lo tire lejos. Es que le gusta meterse en los relojes y hacer que vayas todos los días tenso y corriendo. Además le da valor monetario a los trabajos que muchos hacen con y por amor y esmero. Nos aparta de la vida, nos obliga a vivir en la nada, en cosas que ya pasaron o en cosas que aún no han pasado. Nunca nos deja sentarnos en un parque o caminar por la playa, hacer un sendero, visitar el bosque o nadar con y en la mar cuando está en calma. No nos deja caminar sintiendo los pies sobre la arena, la hierba o la hojarasca. Menos disfrutar de la compañía en silencio, del abrazo, del beso, ni tan sólo entrelazar tus manos con otras manos, normalmente no tenemos tiempo. Es como la sombra por más corras ligero no la atraparás nunca, en fin todo un misterio.
No pienso ir a buscarlo, sólo avisar a los que se lo encuentren de que no se lo lleven. Déjenlo perdido y sólo, de a poco tal vez, nos deje tranquilos y no busque encadenarnos ni que perdamos la vida corriendo en vez de amando y sintiendo la vida.
Caminar en la noche por algún lugar solitario es lo más parecido a estar soñando, dormido o con los ojos cerrados.
Es en las noches cuando las sombras y los sonidos, que no sabes de dónde vienen, te envuelven en recuerdos, vividos o soñados en una noche cualquiera.
Caminar por un parque o una calle desierta en noches de frío y estrellas, de viento y lluvia o de calor lleno de perfumes, hacen que sueñes.
Cuando caminas en la noche puedes elegir los sueños o vivencias de recuerdos que quieres sentir o escribir.
Siempre escribo, vivo o sueño los de caricias y besos. Los de palabras en latidos, los de labios húmedos, temblorosos, blandos, adoptando la forma de otros labios o cuerpo. Labios incansables de recorrer cálidos paisajes llevados por un ardiente deseo hecho aliento.
Sueños, palabras o momentos en donde se disuelve el tiempo, donde unos ojos cerrados entregados al sueño, llevan el lenguaje a las manos, a las puntas de los dedos. Claro, es de noche en el parque, en la calle desierta, te mueves a ciegas sólo el tacto de la piel te dice qué sueño o vivencia a elegido tu corazón o tu pensamiento.
Por eso me gusta la noche, para poder elegir sueños. Para poder viajar por mundos que están fuera de las cadenas del tiempo.
Seguro, si cierras los ojos y evocas una noche cualquiera, sentirás la caricia de unos labios y las palabras convertidas en aliento. Tal vez el ritmo de dos corazones latiendo acelerados te hagan brotar un poema.
O tal vez todo está en la noche viajando con las alas del viento.
Dice la mar que hay flores en la arena, también misteriosas pisadas de tres dedos.
Dice la mar que el aire junto a las rocas es limpio y fresco.
Dice la mar que le gusta el azul pastel del cielo, más si está salpicado de nubes blancas.
Dice la mar que están por llegar las barcas después de una noche larga persiguiendo sardines.
Dice la mar que piense en la musa y la veré, caminando por la arena con su vestido blanco de espuma y una diadema verde de algas sujetando la cabellera.
Tal vez ella, la musa, me susurrará palabras para hacer poemas de luna.
Me gusta la mar charlatana y contenta explicando historias que si las creo seguro que son ciertas.
Ver amanecer siempre es una buena noticia. Marcará el resto de un día. No podemos ver girar la Tierra pero sí sabemos que pasan las horas.
Por eso busco la belleza entre las horas. Ahora es de día, ahora es de noche.
Entre cables, cementos, vías de hierro y vidrio mugrientos de la ventana de un tren, el sol naciente lo llena todo de belleza.
La belleza es subjetiva, pregunto a veces?
No lo sé.
Lo que tal vez sí intuyo, es que la belleza es un «éter» de fotones y electrones que penetran y traspasan todas las cosas para que el corazón las vea.
Es una hermosa figura de mujer desnuda a la que vamos poniendo cuerpo y rostro, sonrisa o lágrima, sonido y silencio. Por sus ágiles y rápidos movimientos sin dudas tiene alas y una piel muy suave y cálida.
Tal vez por eso veo la belleza en el conjunto del sol saliendo, entre cables, hierros y vidrios mugrientos.
Mirar la belleza te libera de las horas y así, ver girar la Tierra, abandonar las cadenas del tiempo.