La lluvia que me trae el beso perdido en una nocturna calle solitaria.
Mojándonos las caras, los cabellos hechos cascadas, sabor a madreselvas en los labios llenos de agua fresca, lluvia clara.
Al abrir los ojos, luces bailando en la calle, espejo negro mojado.
Apretar el abrazo, estremecerte con el hilo de agua mojándome la espalda.
Nostalgia del beso perdido en aquella noche mojada.
Pero al evocarlo y sentir de nuevo el corazón latiente, acelerado, sumergirte en la dicha del infinito, de nadar en el amor, de ser amor.
¿A eso le podemos llamar nostalgia?
La nostalgia se hace historia, para amarla.
Otras veces la lluvia, si no llevas paraguas, te sumerge en la alegría de un niño, el que llevamos todos guardado. Corriendo bajo la lluvia, la cara al cielo, la boca abierta, bebiendo el aguacero, olor a tierra mojada, viendo los barquitos navegar la correntada.
¿A eso le podemos llamar alegría?
Claro, alegría para abrazarla y amarla.
Me gustan las miradas de la lluvia, de alegría o nostalgia.
Por eso cada vez que llueve elijo amarla, creando una nueva historia de alegría o de nostalgia.
Los breves paseos de una tarde de Puertas que nos llevan al mundo “real”, tan real como el que damos por real. Todos tenemos la llave para abrir esas puertas, traspasar los mundos. En uno eres tú el que creas, en el otro el diseño ya está adjudicado. En uno vives desde el amor, la vida, en el otro vives desde el miedo y la muerte. El drama está en que cuando vas a abrir una de las puerta, hay un cartel tal vez de advertencia: “Tú elijes”. Elijo el vuelo de la gaviota, el abrazo del cormorán, las olas de la playa desierta, la sombra de los pinos en la ermita, las nubes de algodón, el beso y las palabras de amor dichas casi soplando la oreja.otoño, están llenos de puertas. Mirar el vuelo de las gaviotas te abre una de ellas. Pasas a verlo todo desde el aire, planeando sobre la brisa.
Ver los cormoranes abrir las alas en el muelle, ¿para secarlas? o para abrazar un barco invisible llegando a puerto? Lo que elijas son puertas. Escuchar el sonido de las olas llegando a una playa desierta. Mar, espuma, arena, en dorado y azul, hermosas puertas. Sombra de pinos en la fachada de una centenaria ermita, también es una puerta. Nubes cambiantes de formas, puerta de algodón pintada en el cielo por almas expertas. Palabras que surgen para ser susurradas al oído y calladas de boca a boca. Una de las llaves que abre todas las puertas. ¿A dónde vas al atravesar esas puertas? Si estás de pie sobre la arena, la calle o el muelle? Vas al corazón de las cosas, que es el tuyo aunque no lo sepas. Vas al lugar del tiempo sin tiempo, de la materia sin materia. El lugar donde la muerte es un hermoso rayo de luz creando vida. Donde no hay dolor, tampoco, ni bueno ni malo, sin juicio ni castigo. Es donde surge el agua que riega la tierra. El aire que sostiene las aves y hace volar las cometas. La tierra que nos sustenta. El fuego que reúne amigos y nos alumbra y calienta.
Puertas que nos llevan al mundo “real”, tan real como el que damos por real. Todos tenemos la llave para abrir esas puertas, traspasar los mundos. En uno eres tú el que creas, en el otro el diseño ya está adjudicado. En uno vives desde el amor, la vida, en el otro vives desde el miedo y la muerte.
El drama está en que cuando vas a abrir una de las puerta, hay un cartel tal vez de advertencia: “Tú elijes”.
Elijo el vuelo de la gaviota, el abrazo del cormorán, las olas de la playa desierta, la sombra de los pinos en la ermita, las nubes de algodón, el beso y las palabras de amor dichas casi soplando la oreja.