Viviendo estos días extraños, de encierro, angustia, miedo, incertidumbre, de sensación de final, de oscuridad, siempre surge una luz. El otro día esa luz surgió de las palabras de mi hermano Aldo. Somos hermanos de sangre por libre decisión, lo que nos hace más hermanos. Todo surgió cuando aquellos niños que jugaban a «indios» en un barrio de la austral Montevideo, decidieron al mejor estilo de Abayubá, Vaimacá, Guyunusa, Tacuabé, Senaqué, hacerse un corte en el pulgar derecho y juntando los dos dedos y las dos sangres decretar para siempre que seríamos Hermanos de Sangre. Desde ese momento seguimos con nuestros arcos atravesados en el cuerpo y unas cuantas flechas de caña tacuara en la mano.
Iremos escribiendo conjuntamente aquellas historias, muchas que seguro los incautos lectores no las creerán. Y harán bien porque son historias que surgen de las mentes de dos niños «hermanos de sangre».
Hoy compartiremos un cuento breve, «El abrazo». Este fue escrito para ser presentado en el «Concurso compartido literario», convocado por la Casa del Uruguay en Barcelona.
Este «cuento breve», es exactamente eso: un cuento. Es la recopilación de historias contadas verbalmente, cosa que nunca sabremos si pasaron tal como son relatadas. Tampoco sabremos nunca si los personajes existieron o si se parecieron a otras personas ya que al ser un compendio de varios relatos verbales, sabemos que las mentes de las personas no siempre narran las cosas tal y como fueron o simplemente se perdieron en los infinitos relatos, todos ellos posibles, de universos paralelos.
Lo definiríamos simplemente como la historia de un abrazo que quedó enganchado en una plaza de la austral Montevideo. Esa ciudad de la enorme bahía protegida por un cerro y dormida en las playas del enorme Río de la Plata o Paraná Guazú (río grande).
Si les gusta o no, pueden hacer sus comentarios.
Un abrazo para todos de estos hermanos de sangre.
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