El abrazo, un cuento irreal.

Viviendo estos días extraños, de encierro, angustia, miedo, incertidumbre, de sensación de final, de oscuridad, siempre surge una luz. El otro día esa luz surgió de las palabras de mi hermano Aldo. Somos hermanos de sangre por libre decisión, lo que nos hace más hermanos. Todo surgió cuando aquellos niños que jugaban a «indios» en un barrio de la austral Montevideo, decidieron al mejor estilo de Abayubá, Vaimacá, Guyunusa, Tacuabé, Senaqué, hacerse un corte en el pulgar derecho y juntando los dos dedos y las dos sangres decretar para siempre que seríamos Hermanos de Sangre. Desde ese momento seguimos con nuestros arcos atravesados en el cuerpo y unas cuantas flechas de caña tacuara en la mano.

Iremos escribiendo conjuntamente aquellas historias, muchas que seguro los incautos lectores no las creerán. Y harán bien porque son historias que surgen de las mentes de dos niños «hermanos de sangre».

Hoy compartiremos un cuento breve, «El abrazo». Este fue escrito para ser presentado en el «Concurso compartido literario», convocado por la Casa del Uruguay en Barcelona.

Este «cuento breve», es exactamente eso: un cuento. Es la recopilación de historias contadas verbalmente, cosa que nunca sabremos si pasaron tal como son relatadas. Tampoco sabremos nunca si los personajes existieron o si se parecieron a otras personas ya que al ser un compendio de varios relatos verbales, sabemos que las mentes de las personas no siempre narran las cosas tal y como fueron o simplemente se perdieron en los infinitos relatos, todos ellos posibles, de universos paralelos.

Lo definiríamos simplemente como la historia de un abrazo que quedó enganchado en una plaza de la austral Montevideo. Esa ciudad de la enorme bahía protegida por un cerro y dormida en las playas del enorme Río de la Plata o Paraná Guazú (río grande).

Si les gusta o no, pueden hacer sus comentarios.

Un abrazo para todos de estos hermanos de sangre.

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                         El abrazo

Sentimientos empaquetados en palabras (1)

Hoy quisiera hacer paquetes de sentimientos con palabras. Igual que cuando estás sentado en la hierba junto a un río con la espalada apoyada en el tronco de un árbol. A la sombra fresca en un mediodía de verano.

Perderme en pensamientos que corren rápido con el agua. Soñar sentimientos, intentar atraparlos en palabras. Construir oraciones largas donde las comas y los puntos son el zumbido de insectos que pasan.

Preguntarle a la corriente del río dónde se esconden las diminutas ninfas del agua. Esas que juegan con sus espejitos mágicos. Las que hacen bailar fragmentos de sol cuando se quiere refrescar en el agua.

Estirarte en la orilla del río para acariciarlo mientras camina lento o rápido. Sentir el líquido fresco que moja mi mano. Mojarme la cara.

Sentir como el río pasa. Mirar el cielo y ver pasar las nubes más veloces que el sol. Algodones blancos de vapor de agua.

Escuchar el canto de las chicharras, el ulular de las torcazas. Sentir el mediodía de verano envolver mi cuerpo desnudo de tibio calor bajo la sombra del gran árbol.

Entornar los ojos y soñar sueños de agua. Tal vez para poder ver a las pequeñas ninfas del agua.

Hoy quería empaquetar en palabras el sentimiento de la paz y la calma.

Si alguien las abre y siente su cara mojada su cuerpo envuelto en calor tibio y pasa delante de su frente una mariposa, que en realidad es una ninfa del agua, los paquetes de palabras habrán estado bien empaquetados.

También cuando las vayan desempaquetando han de sentir en el pecho como el corazón se ensancha y se convierte en río y en una frondosa sombra en un mediodía de verano.

Luna semilla en el primer día de marzo de 2020.

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