Al igual que un electrón (materia, o realidad tangible), puede transformarse en fotón (energía, o realidad intangible) y viceversa, el tiempo y el espacio aparecen y desaparecen como por arte de magia.
Por eso las cosas que en un momento fueron «reales» y «sólidas», pasaron a ser ases de fotones gravados a modo de película en un celuloide neuronal. Tal vez eso sean los recuerdos.
Así como para ver una película antigua de celuloide se necesita un proyector que de luz a los fotogramas para que hablen y se muevan, se necesita «algo» para que surjan los recuerdos.
Para mi la lluvia es el proyector de un trozo de película almacenada en neuronas, axones, dendritas y sinapsis.
Con la lluvia mojándome la cara, escuchando mis pasos sobre los charcos de agua en la calle, empiezo a ver una película que me gusta mucho. La verdad no había sido consciente de que se estuviera filmando.
En los enormes charcos de las aceras desniveladas, navegan hojas y ramas. El viento agita las aguas haciendo temblar y distorsionar el mundo de las imágenes reflejadas.
De la luz llega aquel barquito de papel de estraza. Valiente marinero desafiando el viento y las olas del charco.
Es un barquito cargado de sueños. El estibador es un niño que corre feliz siguiendo los sueños que lleva el barco flotando en el río de la correntada.
La lluvia proyecta la película, revive los sueños. Los sueños que lleva el barquito que son los de un niño jugando.
Muchas veces, el barquito, al igual que la barca solar de Ra entraba con las aguas en las «boca de tormentas», empezando el viaje al inframundo de Apofis. En aquel momento parecía el fin de tan valiente travesía. Pero sólo era un tramo de la travesía. Siempre regresa de la luz para hacerse electrones el barquito de papel cargado con los sueños de un niño jugando.
Mientras llueva siempre habrán barquitos de papel.
En el día de la Luna Nueva de octubre 2017.