Dónde estará mi barquito de papel. Aquel que hacía con el papel de sueños. En realidad era un papel de estraza que antes había contenido medio kilo de arroz o de azúcar comprado en el almacén del barrio. Lo alisaba con esmero para empezar los pliegues necesarios hasta convertirlo en todo un barco. Cada pliegue que iba haciendo era un universo que viajaría con él.
Mientras cantaba un poema de Nicolás Guillem:
“Por el Mar de las Antillas
anda un barco de papel:
anda y anda el barco barco,
sin timonel……
Pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más:
anda y anda el barco barco,
sin descansar.”
Lo iba construyendo, haciendo dobleces hasta desplegar las dos puntas que darían la forma definitiva a mi barco.
Ya lo imaginaba navegando veloz sobre la desatada correntada que casi cubría el bordillo de la acera, después de la intensa lluvia. Lucharía hasta el último aliento con el océano embravecido de olas inmensas o sortearía escollos y rápidos de caudalosos ríos nunca antes explorados por el hombre. Cuando navegaba por un inmenso charco dejado por la lluvia, entraba en los mares antillanos de Guillén llenos de islas con palmeras y papagayos multicolores. Siempre alerta porque los malvados piratas se escondían detrás de las islas para capturar desprevenidos barcos. Por eso los cañones construidos con varitas de platanero siempre estaban preparados para repeler cualquier agresión.
Cuántos mundos y universos llegué a visitar navegando con mis barquitos de papel.
En invierno cuando los charcos amanecían congelados, de camino a la escuela, era un impresionante rompehielos explorando la Antártida. Lo dejaba sobre el charco congelado así al mediodía, al volver de la escuela ya estaba navegando por una mar fría pero con el hielo dominado. Mientras explorábamos, veía desde la cubierta enormes rebaños de lobos y leones marinos descansando sobre el hielo. Otras veces escuchaba atento el griterío de las enormes colonias de pingüinos emperador, los más grandes, mientras enseñaban a sus pollos a deslizarse hacia la mar desde empalizadas heladas.
Así iban navegando mis barquitos de papel hasta que no resistían más la humedad y se deshacían en el charco o eran engullidos por la “boca de tormenta” que tragaba la correntada.
Pero su valiosa carga de sueños y de historias que en cada doblez del papel llevaban siguen navegando ufanos y victoriosos en mi corazón.
Por eso cuando me pregunto “¿dónde estará mi barquito de papel?” surgen de mi corazón prestos a navegar de nuevo y ahora convertido en experto marinero, salir a descubrir mundos que voy creando.
Noches frías y serenas de enero, esas en donde el cielo se convierte en una ronda de estrellas girando sin parar en torno a Polaris, son especiales. La vara mágica del Gran Mago, es el eje de la Tierra y su punta brillante es Polaris, siempre quieta.
Hace girar la rueca hilando en el cielo la capa de los Magos llena de lunas y estrellas.
Cada noche en Septentrión es una danza de estrellas entorno a la luz de la vara mágica que hace girar la Tierra.
Pero hay una noche más especial que las otras. La del 5 de Enero. Es la noche en que cabalgan desde el misterio tres Grandes Magos venidos de muy lejos.
Es la noche en que todos volvemos a ser niños. Es la noche que volvemos a recordar cosas que sabíamos y se nos fueron olvidando. Como por ejemplo que la magia existe, que se crean cosas con sólo pensarlas.
Tres Magos con regalos a la Luz acabada de nacer del solsticio de invierno.
En la pureza de los pensamientos de los niños está la Luz inmaculada, de la que surgen todas las cosas. Esa noche del 5 de Enero, los Magos Celestiales se visten con sus trajes de estrellas que giran ens sus gorros cónicos rematados con la luz de Polaris.
Comienza la magia. Le regalan a la Luz recién nacida tres sustancias para que esta Luz pueda crear un mundo donde pueda «sentirse» a ella misma a través de un cuerpo.
Oro, para que a través de su riqueza no le falte nunca sustento y techo a ese cuerpo. Incienso, para que al quemarlo la Luz siempre recuerde que es Espíritu que une cielo y tierra y que procede de las estrellas. Mirra, para cuidar el cuerpo con salud perfecta, así poder deleitarse con los perfumes, escuchar el canto de los pájaros, saborear el agua fresca, ver con claridad valles, praderas, mares y montañas, sentir el abrazo fraterno, la caricia de una madre y el beso apasionado.
Los Magos Celestiales bien saben todo esto y con sus regalos todos recordamos que somos Luz de estrellas. Esta noche guardamos en nuestros corazones el Oro, el Incienso y la Mirra para cuidar y mimar nuestros pensamientos. Con la pureza del niño crearemos mundos donde todo está hecho con el Amor de la Luz de las Estrellas.