
Creo que los humildes charcos de agua de lluvia que pueblan las calles después del aguacero, son portales dimensionales. Las formas que reflejan, de un árbol, una casa, un rostro, queda su luz atrapada en el charco. Luego cuando el viento y el sol lo evaporan, esas imágenes se atomizan en el aire que las guardan en una nube e irán volviendo al charco en diferentes épocas y en diferentes lugares.
Por eso hoy mientras caminaba bajo la lluvia de otoño y escuchaba su rítmico latido repiqueteando en el paraguas, no pude evitar mirar dentro de un charco. Comencé a ver imágenes en las que tal vez fuera el protagonista.
Vi un niño de unos 6 años, enfundado en un impermeable con capucha y botas de goma de media caña mirándose sonriente en el espejo del charco. Vi como sacaba de uno de los bolsillos del pantalón corto un papel de estraza cuidadosamente doblado. Aquel rectángulo de papel doblado se fue desplegando en un maravilloso barco de papel. Como había parado de llover las aguas tranquilas del inmenso mar en que se convirtió el charco, serían sin dudas un óptimo lugar para navegar el pequeño barquito de papel de estraza. El viento que acompañaba la lluvia, se había detenido. El niño después de dejar suavemente el barco sobre las aguas, agachado con la mitad de los pies dentro del agua, sopló con fuerza la triangular vela de papel y el barquito se puso en marcha. Unas hojas que flotaban en medio del charco serían la isla misteriosa donde atracaría el barco para después seguir explorando otros mundos lejanos. Mundos que de tan lejanos sólo estaban en la mente y el corazón del niño.
Tripulado por pequeños seres alados, completamente invisibles a las personas que no creen en ellos, el barco sorteaba triunfante todos los escollos de aquellos mares desconocidos.
La luz de la escena iba quedando grabada en el «celuloide» del charco. Así se transformó en fotones los cuales se pueden ver en otro charco, sólo evocando la alegría en el corazón.
Después de un instante que se hizo eterno, gracias al charco, empecé a escuchar una canción mientras el niño se iba, cantando y saltando sobre otros charcos: » … que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan las nubes se levantan, que si, que no, que caiga un chaparrón…»; y la lluvia continuó cayendo, creando de la luz otros charcos a los que si te acercas con el corazón alegre podrás traspasar el tiempo y el espacio. Los verás poblados de seres, puertos, montañas y lagos. También has de saber que para verlos en el reflejo del charco, tienes que creer en ellos.
Relato iniciado durante la Luna Semilla del mes de octubre en una mañana de lluvia con la ciudad llena de charcos. Tal vez sigamos con las aventuras del barquito de papel de estraza y los misteriosos marinos que lo conducen.


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