El charco calmo y tendido en medio del camino que lleva al monte,
le regala a la Tierra cielos, nubes y ramas.
Espejos de agua donde se peinan la nubes con hojas de olivo.
Me gustan los charcos porque en ellos puedo acariciar la nubes.
Si te metes dentro, rompes la imagen
pero al salir se recompone terca y porfiada
con pegamento de luz, el mismo que une todas las cosas.
Es lo que nos hace pensar en las hadas,
escuchar susurros que llegan cuando el viento acaricia las ramas.