Sentado en un montículo de hierba
de las sobrevivientes marismas
miro el atardecer con luna nueva.
Este no es un atardecer para la vista
la espesa capa de niebla en el horizonte
no dejaba sangrar al sol mientras se iba.
Es un atardecer para olerlo, oírlo, acariciarlo.
Flotando en la húmeda niebla los trinos
se mezclaban con risas y voces de niños
que llegan lejanas, fundidas en el aire.
El perfume húmedo y salado de la mar,
se funde con el olor a hierba de las marismas.
Mi corazón acaricia suave, despacio, lento
todo el aire que me envuelve, sintiendo todo,
hasta esa caricia lejana que me llega
cuando veo el fino aro de la luna,
saliendo de un nido de ramas desnudas.