En la puerta del armario hay un agujero negro.

betas.jpg

Un túnel en la puerta del armario.

De la espesa y tupida niebla que es el tiempo, tanto pasado como futuro, escapándose solamente el instante actual, al cual ilumina el foco de la consciencia como si de un teatro se tratara, tal vez las cosas que vemos con mayor claridad, dentro de esa niebla, son las que nos hicieron soñar o imaginar cosas.

Recuerdo nítidamente el enorme armario de caoba que había en la habitación de mis padres. Para un niño de seis o siete años le resultaba algo así como una montaña o tal vez un enorme prisma monolítico. Entre las infinitas formas de los nudos de la madera, destacaba en una de las puertas un dibujo con nueve elipses concéntricas que se extendían desde los límites de la puerta hasta el centro.

Las tardes de verano en que me «hacían dormir siesta» en «la cama grande», como incentivo chantajista. La habitación estaba fresca, con una temperatura muy agradable a pesar de ser verano, debido a la penumbra que dejaban las persianas de láminas de madera cerradas. Era entonces que el dibujo de la puerta del armario, para mi, tomaba otra dimensión.

Como me costaba dormir, ya que lo que yo quería era estar en la calle, a pesar del calor, sentado o jugando a la sombra del enorme paraíso de la vereda, esperando que pasara el carrito del heladero con su entrañable toque de campanita y el grito de «conaproooole……conaproooole helaaaados», la elipse concéntrica de la puerta del armario, era mi escapatoria.

Me ponía a mirar aquella figura formada por los colores marrones de la madera y se convertía en un interminable túnel el cual si lo andaba, podía acceder a infinitos mundos. Todas las elipses confluían en un punto que a modo de agujero negro galáctico tenía el poder de transportarme al lugar que quisiera. Claro está que no tenía ni idea de lo que era un agujero negro galáctico, es más, creo que ni lo había intuido los científicos.

Montado en mi «chata», aquel veloz vehículo que consistía en una base de madera de unos 60 cm de lado con dos ejes de madera, uno de ellos giratorio a modo de dirección guiada con los pies, rematados con cojinetes por ruedas y que era imprescindible para las carreras bajando las pendientes de la falda del Cerrito de la Victoria, emprendía el viaje, volando ya que la chata dejaba de depender de la gravedad, dentro de los nueve círculos concéntricos de la puerta del armario.

Cuando pasaba el tramo oscuro de las elipses, el punto central me hacía pasar a uno de los mundos. Ya no necesitaba la chata para moverme. Podía caminar por bosques lleno de verdor, con plantas trepadoras que estallaban en flores de colores imposibles de ver en el jardín de casa. Sentía la cálida y agradable caricia del aire mientras me dejaba envolver por los perfumes más dulces y exóticos que desprendía el bosque. Era un mundo muy extraño, los ciervos, liebres, carpinchos, pumas, jaguares, los pequeños aperiás, el colibrí, las abejas, el tatú y la mulita, los ñandúes, el sabiá, el rojo churrinche…, todos compartían el agua fresca del arroyo y ninguno se tenía que comer al otro para vivir. Claro era un mundo en donde no existía la muerte, en ninguna de sus formas, nadie sabía lo que era.

Pero lo más increíble de aquel mundo era que los animales hablaban. Así resultaba que mientras caminaba por el bosque, escuchaba la conversación del puma con el carpincho: -cuéntame carpincho lo que viste en la otra orilla del río- preguntó el puma.

-vi a doña anaconda cuidándose sus 10 metros de piel en uno de mis fangares-

-¿y qué le dijiste?

-y…sabiendo su mal genio y su respetable tamaño, sólo le pregunté si tenía para mucho rato, ya que yo necesitaba darme un revolcón en el barro para limpiar mi piel, no la fuera a enfadar-

-ja ja ja- dijo el puma

-pero doña anaconda estaba de buen humor -interrumpió el carpincho- y me dijo ponte a mi lado carpincho que hay lugar para los dos, ya iré con cuidado de no hacerte daño con mis 90 kilos. Así fue que los dos disfrutamos de un maravilloso baño de barro.

Dejaba la conversación entre el carpincho y el puma y escuchaba la del colibrí y la abeja.

-Colibrí ¿no sé si has visto aquella maravillosa flor blanca que trepa la anacahuita gigante en donde nace el arroyo? -dijo la abeja-

-No, no la vi hermana abeja -respondió el colibrí-.

-Tendrías que ir a verla, tiene uno de los néctares más deliciosos del bosque y con su polen mis hermanas y yo haremos la miel más rica y dulce de todas las conocidas.

-Gracias hermana abeja voy volando a probar ese néctar.

Entre esos diálogos no se si me dormía o seguía viajando por valles, selvas, lagos, montañas, hasta que volvía a recorrer el túnel de elipses concéntricas de la puerta del armario, encontrándome de nuevo en la habitación de la «cama grande», traído por el hilo invisible del grito del heladero «conaproooole……conaproooole helaaaados» y que yo no podía salir a comprarme un helado porque «estaba durmiendo la siesta». Pero no importaba, qué bien lo había pasado en el viaje.

Relato que me trajeron las musas del viento cuando despejaron el trozo de niebla que lo cubría durante la Luna Llena de abril.

1 comentario en “En la puerta del armario hay un agujero negro.

  1. Me pareció muy bello y me remontó a mis siestas sin dormir, siempre imaginando, aunque no sé muy bien qué era lo que imaginaba. Lo que sé es que no dormía. Gracias Fernando!!

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.