
Recuerdo a aquel niño que huía de la siesta. Tardes de final del verano, últimos de febrero primeros de marzo. Su refugio era el patio debajo de la sombra de la parra. La luz ya casi otoñal teñía las sombras de días más cortos, de silencios largos. El parral lucía sus hojas verdes, envejecidas, esperando pintarlas de amarillo y rojos terrizos. Escondidos entre las ásperas hojas abigarrados racimos de uva negra tentaban el paladar del dulce néctar y gelatinosa textura.
Como si de un ritual se tratara lo primero que hacía el niño era estirarse sobre las baldosas frescas con los brazos y piernas abiertas. Mirar el cielo, que era la parra, donde las hojas eran nubes quietas, un cielo de verde botella y los racimos de uva galaxias llenas de estrellas.
En el silencio de la siesta escuchaba extasiado el chirriar de los guitarreros que tampoco querían dormir y perderse la sombra fresca. Los intentaba descubrir en el inmenso cielo de la parra, cuerpo alargado de verde tornasolado, patas y cabeza rojas, largas antenas, más largas que sus pequeños cuerpos, con dos llamativos pompones negros. Habitaban el cielo de la parra ahuecando las cañas secas que sostenían las guías, hojas y racimos del cielo verde.
A veces, alguno descendía volando hasta el pecho del niño que miraba y escuchaba la tarde de siesta. Eso era todo un regalo porque el niño lo tomaba con dulzura y cuidado con la mano cóncava haciendo una jaula con los dedos. El guitarrero frotaba una de sus patas traseras sobre las alas delanteras, surgiendo la melodía de guitarra que el niño disfrutaba escuchando con la mano junto a la oreja. Después de un rato abría la mano lentamente y al mirarlo, el guitarrero le preguntaba si le había gustado el concierto, -claro que sí, pequeño guitarrero, eres todo un gran maestro-. Entonces el guitarrero contento desplegaba sus cuatro alas y volvía al cielo. Entre hojas, cañas y racimos con sus hermanos hacían un concierto.
El concierto de la siesta debajo del cielo verde de una parra que un niño contemplaba despierto.
Por cierto, a ese niño lo llevo guardado adentro, junto con miles de guitarreros.

Me encantó, es mi infancia
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