







Caminar en la noche por algún lugar solitario es lo más parecido a estar soñando, dormido o con los ojos cerrados.
Es en las noches cuando las sombras y los sonidos, que no sabes de dónde vienen, te envuelven en recuerdos, vividos o soñados en una noche cualquiera.
Caminar por un parque o una calle desierta en noches de frío y estrellas, de viento y lluvia o de calor lleno de perfumes, hacen que sueñes.
Cuando caminas en la noche puedes elegir los sueños o vivencias de recuerdos que quieres sentir o escribir.
Siempre escribo, vivo o sueño los de caricias y besos. Los de palabras en latidos, los de labios húmedos, temblorosos, blandos, adoptando la forma de otros labios o cuerpo. Labios incansables de recorrer cálidos paisajes llevados por un ardiente deseo hecho aliento.
Sueños, palabras o momentos en donde se disuelve el tiempo, donde unos ojos cerrados entregados al sueño, llevan el lenguaje a las manos, a las puntas de los dedos. Claro, es de noche en el parque, en la calle desierta, te mueves a ciegas sólo el tacto de la piel te dice qué sueño o vivencia a elegido tu corazón o tu pensamiento.
Por eso me gusta la noche, para poder elegir sueños. Para poder viajar por mundos que están fuera de las cadenas del tiempo.
Seguro, si cierras los ojos y evocas una noche cualquiera, sentirás la caricia de unos labios y las palabras convertidas en aliento. Tal vez el ritmo de dos corazones latiendo acelerados te hagan brotar un poema.
O tal vez todo está en la noche viajando con las alas del viento.