Desde la ventana del tren veo como se desliza la noche. Gelatinosa y lánguida avanza sobre las vías, esparciéndose sobre los pueblos que se van durmiendo. Inunda los campos de oscuridad de luna, siempre llena de secretos y misterios.
Mientras el tren se sumerge en la noche, los edificios se apagan lentos, despacio, en silencio. Pocas son las ventanas que dejan escapar luces tenues, llenas de sueño o anunciando un amor ardiendo, otras ya cerraron sus ojos para no ver la noche ni sentir sus misterios.
El tren avanza somnoliento, de estación a estación que con sus frías luces marcan la periferia de un pueblo.
La noche lo detiene, abre las puertas. Como el aire respirado por la boca salen viajeros rendidos al cansancio y el sueño. En algunas estaciones, otros entran, van a sus pueblos, ya engullidos por la oscuridad gelatinosa y lánguida que sólo el tren horada lento. Pero cuando cada uno baja sabe que ese es el lugar de su sueño. Sabe que la oscuridad y la noche lo mecerá con la canción de la luna y las estrellas, viajando por mundos absurdos e inexplicables con el tren de los sueños.
El tren seguirá hasta que la noche gelatinosa y lánguida lo detenga en su estación de sueño. Sin voces, sin nadie adentro, sin respirar gente, solo y vacío se irá apagando sobre los raíles fríos de una vía muerta.
Suerte que por muy larga que sea la noche, mañana el sol le hará recuperar el aliento.

