Hay mañanas en que el tiempo, me refiero al meteorológico, nos regala fenómenos atmosféricos verdaderamente maravillosos.
Hoy al salir de casa estaba el cielo completamente encapotado, preparándose para la lluvia. Cielo gris plomizo, aire con olor a agua, pesado y húmedo. Como si se estuviera preparando una tormenta. Pero nada más lejos de eso, ya que los pájaros desbordaban los corazones con sus cantos primaverales.
De pronto en el medio de mi recorrido matinal, me encontré con una vieja amiga, que me había acompañado tantas veces por las calles campos o playas de mi amada Tierra de los Pájaros Pintados: la garúa. El placer y la alegría estallaron en mi pecho al reencontrarme con ella. Creo que pasé por un «tocat de l’ala» como dice el refranero popular de estas tierras, ya que no podía disimular por nada del mundo la sonrisa de oreja a oreja que se me había puesto en la cara. Y lo entiendo perfectamente, ya que un lunes, a las 7 de la mañana, mojándote por la calle, cuando todo el mundo va acelerado para llegar a quién sabe donde, para hacer quién sabe qué, como si se fuera a acabar el mundo en breves instantes, lo más lógico es no ver a alguien con una sonrisa radiante. Bueno el ir dejando el aliento, «estresado» como le encanta a una gran mayoría definirse, «voy de bólido», sin saber que los bólidos van tranquilos y felices recorriendo el espacio, y tantas afirmaciones más referentes a que «tenemos un montón de cosas por hacer» debido a las exigencias del mundo. Seguro que tenemos un montón de cosas para hacer, pero al ir corriendo, «estresados», «agobiados», «cansados»…., nos olvidamos de la primer cosa que tenemos que hacer: vivir.
Tal vez como estaba haciendo una de las cosas importantes del día, el paseo matinal con mi perro, fue que pude disfrutar y «vivir» la garúa que nos envolvió.
La garúa no es más ni menos que entrar dentro de una nube pero con los pies en el suelo. Es sentir las gotas atomizadas de agua que te empapan. Son gotitas tan finas y pequeñas que están suspendidas en el aire. A diferencia de la lluvia, que «cae» como hilos líquidos que te moja, la garúa te envuelve, tierna y suave, abrazándote todo el cuerpo, no se escapa nada a su abrazo.
Cuando estás dentro de la garúa, la luz es especial, si esta es de día, porque los primeros rayos del sol con paciencia de relojero, reflejan su luz en cada una de las ínfimas gotitas de agua. Si es de noche, ver la garúa a través de las luces de las farolas de la calle, también es una delicia.
Lo que sí tiene la garúa cuando entras en ella, ya sea de día o de noche, que te deja hacer una elección de sentimientos. Tal vez el primero que nos llega es el de melancolía, porque sólo puedes sentir el agua que te moja, no la puedes oír, sencillamente porque no repiquetea en el paraguas, simplemente está llenando el aire, suspendida, meciéndose. Un agua que te moja de esta manera tan suave, es inevitable que te traiga recuerdos, de niñez, juventud, amores…., cosas que pasaron.
Pero también puedes elegir en sentir la paz del momento, tus pasos sobre la calle mojada, la frescura del agua en tu cara y en tus manos, ver las periódicas sacudidas de tu perro quitándose el agua, escuchar los pájaros en sus cantos, sentir la alegría de los árboles por sus brotes mojados y lavados por un agua tan suave. Sentir simplemente que te estás mojando al caminar por el interior de una garúa, sentir que la vida está ahí, en tus pasos, tu perro, el agua, las minúsculas gotitas, los trinos, las voces, la calle mojada, saber que está haciendo lo más sublime que puedes hacer en ese momento, caminar, respirar, oír, oler y dejarte mojar por la garúa.
Me pareció oportuno, poner el tango «El último café», cantado por el compatriota Julio Sosa, que nombra la garúa. Bueno el tango este «eligió» a la garúa para vivirla desde una «melancolía triste». También son sentimientos que evoca la garúa. Ustedes elijan el que más le guste a su alma.
Un abrazo, Fernando
Vilanova i la Geltrú, 3er. día de la luna nueva de Tauro.