Tropilla de caballos corriendo en la noche
cientos de cascos percutiendo la tierra.
La noche oscura y estrellada,
me lleva a una infancia lejana.
Un niño que se acurruca con miedo
en una cueva hecha con frazadas.
Escucha el aullido misterioso del monstruo
colándose por las rendijas de la ventana.
En la seguridad de la cueva de mantas,
escucha como brama arrancando ramas.
Ningún gallo canta, ningún perro ladra
sólo se siente el temblar de frágiles casas,
estruendo de cosas que se arrancan.
Chispas de cables liberando eléctrica rabia.
Ruidos de metales, maderas, techos y casas,
arrancados, rotos, desgarrados,
prisioneros de la turbonada.
Mañana la calle estará cambiada.
Escucha el niño con miedo toda esa furia desatada,
desde la cueva de cálidas frazadas.
Desde su mente veía un malévolo gigante
soplando con fuerza y rabia sobre su casa,
su barrio, su amada ciudad, que sólo quiere
dormir tranquila a orillas del Río de la Plata.
Siempre de vez en cuando, el gigante sigue soplando.
El niño ahora fuera de la cueva de frazadas,
sabe que el malévolo gigante es el viento,
que solamente quiere insistentemente recordarle
que todas las cosas cambian y que al igual que el viento
la vida suele llevarse vidas, amores, sueños
barrios recuerdos perdidos de la infancia.
Que hay un mañana con un nuevo sol y nuevas ganas
de construir el sueño que el gigante viento
tal vez quiso arrancarle.