Compartir ratos con los animales que viven en tu casa o que la visitan es algo maravilloso.
No me estoy refiriendo a los animales de compañía, como se les suele decir a perros y gatos, esos ya son considerados «de la familia». Me refiero a los «dragones», reptiles de la familia de las lagartijas pero de patas con pequeñas ventosas que les permiten caminar sin caer por muros y paredes. Grandes colaboradores en controlar los insectos que quieran invadir el pequeño ejido.
Los otros son los pájaros, los que están en libertad. Hace años ya que colocamos recipientes con agua abundante para que en su trayecto puedan beber a gusto. Cada día pasan a beber gorriones, jilgueros, petirrojos, caderneras y mirlos. Resulta que estos últimos, los mirlos, además de beber disfrutan de los recipientes con agua para bañarse. Tenemos a toda una familia que viene varias veces al día a darse baños.
Nos alegra tanto el poder compartir casa con ellos, ver que la confianza va creciendo a momentos. Aprovechan también a comerse las orugas o caracoles que hay en el pequeño ejido del patio de la casa.
Disfrutar de verlos bañarse, beber agua y ni que decir de sus melosos cantos en los amaneceres y atardeceres.
Hoy pude fotografiar a uno de los dragoncitos mirando con curiosidad el patio. Estaba medio escondido debajo de un cuadro de cerámica que representa las cuatro estaciones del año. Luego pude filmar al mirlo bañándose.
Maravilloso sentir el corazón revistiendo y siendo el mirlo en el agua o la mirada tierna del dragón. Vibrar en la misma longitud de onda, sentir la paz.
Lo vivo como los grandes regalos que la vida.