Conexiones: recordando a Juana de Ibarbourou

Siempre me pregunto a dónde van los momentos en que somos conscientes del transcurso de la vida. Sólo los conscientes, porque los inconscientes, aquellos que hacemos de forma automática, rutinaria, que simplemente han sido el transitar un espacio y un tiempo sin darnos cuenta, creo que estos van a un campo de reciclaje, a un espacio vacío esperando que alguien lo utilice conscientemente.

Uno de esos instantes conscientes, me ocurrió cuando tenía unos 6 años allá en mi Montevideo natal, en la Tierra de los Pájaros Pintados. Mi querida hermana, Sonia, diez años mayor que yo, cada día me leía cuentos hermosos de grandes escritores nuestros como Morosoli, Espínola, Vigil, Quiroga con sus maravillosos «Cuentos de la Selva» o Juana de Ibarbourou, nuestra Juana de América, galardón otorgado en 1929. También viajábamos con los universales cuentos de Hans Christian Andersen, desde «El patito feo» hasta «El traje nuevo del emperador». Soñábamos con poder ver la escultura de la Sirenita de Copenhague y acompañarla en su soledad y melancolía, allá sola junto al helado Mar Baltico, hoy, curiosamente la tengo mucho más cerca que cuando vivía junto al Paraná Guazú, mi enorme Río de la Plata.

Pero de todos, tal vez con los que más viajaba eran con los de Juana, con su «Chico Carlo», cuando entraba en el mundo de la «Mancha de humedad», o podía «oír» ladrar a «Tilo», hasta me daban ganas de irme a los ríos del Departamento de Cerro Largo para ver si encontraba el anillo mágico que la duende Arazatina perdió en un baile.

Fue entonces, un día que estábamos por el comercial barrio de la Unión en Montevideo, cruzando la Avenida 8 de Octubre, que sin saber que allí vivía la poetisa, sentí en la espalda una sensación de que alguien me estaba mirando, me llegaba una mirada llena de ternura, sentía el tibio calor que sólo puedes entender como amor incondicional, el que viene de la resonancia del corazón. Sintiendo aquella cálida conexión, no pude más que girarme y mirar la procedencia de aquella fuente de amor. Vi detrás de una enorme ventana con el visillo descorrido a una señora casi anciana con cara sonriente. Supe que aquella sonrisa era para mi. Desde aquel momento la guardo en mi cofre sagrado del corazón. Con aquella sonrisa creo que me «entraron» algunos de los «Duendes de Cerro Largo» que Juana de Ibarbourou me prestó con tanto cariño.

A modo de un humilde homenaje a la gran poetisa, a Juana de América, transcribo el cuento de «Duendes de Cerro Largo». Sin dudas viajarán a un mundo desaparecido, ubicado en la frontera de Uruguay y Brasil, pero vivido desde el corazón de una niña con toda la inocencia de la magia.

Juana_de_Ibarbourou_Duendes_de_Cerro_ Largo

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