La noche o el sueño?

Caminar en la noche por algún lugar solitario es lo más parecido a estar soñando, dormido o con los ojos cerrados.

Es en las noches cuando las sombras y los sonidos, que no sabes de dónde vienen, te envuelven en recuerdos, vividos o soñados en una noche cualquiera. 

Caminar por un parque o una calle desierta en noches de frío y estrellas, de viento y lluvia o de calor lleno de perfumes, hacen que sueñes.

Cuando caminas en la noche puedes elegir los sueños o vivencias de recuerdos que quieres sentir o escribir. 

Siempre escribo, vivo o sueño los de caricias y besos. Los de palabras en latidos, los de labios húmedos, temblorosos, blandos, adoptando la forma de otros labios o cuerpo. Labios  incansables de recorrer cálidos paisajes llevados por un ardiente deseo hecho aliento.

Sueños, palabras o momentos en donde se disuelve el tiempo, donde unos ojos cerrados entregados al sueño, llevan el lenguaje a las manos, a las puntas de los dedos. Claro, es de noche en el parque, en la calle desierta, te mueves a ciegas sólo el tacto de la piel te dice qué sueño o vivencia a elegido tu corazón o tu pensamiento.

Por eso me gusta la noche, para poder elegir sueños. Para poder viajar por mundos que están fuera de las cadenas del tiempo. 

Seguro, si cierras los ojos y evocas una noche cualquiera, sentirás la caricia de unos labios y las palabras convertidas en aliento. Tal vez el ritmo de dos corazones latiendo acelerados te hagan brotar un poema.

O tal vez todo está en la noche viajando con las alas del viento. 

RESPIRAR OTOÑO

Lentamente, casi sin darse cuenta, la ciudad se fue vistiendo de otoño.

Viene cansado, el verano se resistió a marchar, hasta que los días se acortaron. El sol comenzó su camino de mar a mar.

Los árboles y su ciudad lo sintieron enseguida, querían descansar.

Se pintaron de ocres y amarillos, hasta sus ramas desnudar. Dejar colchones de hojas secas, en las veredas, pasos con sonido de sonajas.

Debajo de los bancos, guardar palabras y besos, secretos escondidos en la ténue y envolvente luz otoñal.

Secretos que el viento hará volar, visibles en los torbellinos, de hojas secas al cielo van.

Cabelleras despeinadas, rayos de sol hechos de pelo, manos de aire, aliento de frío, otoño en la ciudad

A la noche, caricias, pensamientos, silencios de palabras, miradas que saben hablar.

Escucho el susurro del fuego junto al hogar.

Noche que se alarga, momentos para soñar.

Sueños de paz, alegría, tranquilidad. 

Otoño de amarillos, vistes la ciudad. Respiro tus noches largas, tus árboles desnudandose, tu viento frío, tu mensaje de paz.

TARDECITAS DE MONTEVIDEO

                                 

Hay tardecitas que sólo se pueden vivir en Montevideo. Dicen que es la capital más austral del mundo. Tal vez lo sea o tal vez sólo sea una extendida ciudad con poca gente perdida en el Sur de un planeta. 

La ciudad en donde la tierra se convierte en punta de lanza como si quisiera clavarse en el mismísimo Polo Sur. 

El río, tan ancho como la mar, el que le dio la vida a la ciudad y seguramente el nombre: Monte VI de Este a Oeste, según una antigua carta de navegación del Río de la Plata indicando la localización de una enorme y protectora bahía, refugio de navegantes. 

El Río de la Plata o Paraná Guazú, nombre que le dieron los pueblos originarios, perdidos seguramente en las aguas del “río ancho como mar”, abraza la ciudad de Montevideo como una madre a su hija.

El río que no tiene nada de plata ni de color plateado, el de las aguas marrones, el que muere en el Atlántico, el que en las noches claras de verano hace emerger del horizonte la enigmática Cruz del Sur hecha de estrellas.

Las tardes junto al Río eran, para mí,  tardes de amor, de lucha, de esperanzas. No buscábamos un mundo mejor, sinó vivir todo el mundo en un paraíso. 

A pesar de su gran extensión, la ciudad de Montevideo siente al Río en todos sus barrios.

En las tardes noches de invierno la envuelve con su tupido, frío y húmedo aliento de niebla.

Los sonidos y las luces son engullidos por el manto gris que lo moja todo. 

Calor de dos manos entrelazadas, pasos que retumban y la letra de algún tango que te llega por la niebla en el silbido rítmico y solitario de algún caminante:

“Con el pucho de la vida

Apretado entre los labios

La mirada turbia y fría

Y un poco lento el andar

Dobló la esquina del barrio

Curda ya de recuerdos

Como volcando un veneno

Esto se le oyó cantar

Vieja calle de mi barrio

Donde he dado el primer paso

Vuelvo a ti doblado el mazo

En difícil barajar

Con una daga en el pecho

Con mi sueño hecho pedazos

Que se rompió en un abrazo

Que le diera la verdad

Aprendí todo lo bueno

Aprendí todo lo malo

Sé del beso que se compra

Sé del beso que se da

Del amigo que es amigo

Siempre y cuando le convenga

Y sé que con mucha plata

Uno vale mucho más

Aprendí que en esta vida

Hay que llorar si otros lloran

Y si la murga se ríe

Uno se debe reír

No pensar ni equivocado ¿para qué?

Si igual se vive

Y además corres el riesgo

Que te bauticen gil

La vez que quise ser bueno

En la cara se me rieron

Cuando grité una injusticia

La fuerza me hizo callar

La esperanza fue mi amante

El desengaño mi amigo

Cada carta tiene contra

Y cada contra se da

Hoy no creo ni en mí mismo

Todo es truco todo es falso

Y aquel que está más alto

Es igual a los demás

Por eso no ha de extrañarte

Si alguna noche borracho

Me vieras pasar de brazos

Con quien no debo pasar…” Autores Gorrindo/Grela

La niebla que te sumerge en esa triste nostalgia del tango es la misma que hace acelerar dos corazones unidos en besos inolvidables escondidos en el manto gris de la niebla, amparados por un zaguán o una esquina cualquiera.

El mate en la rambla costanera sorbiendo lentamente la luz dorada del sol poniente y las charlas de miradas, sin palabras articuladas, inundan de paz las almas.

En las tardes de viento del SE, el que anuncia un inevitable temporal, te trae un mensaje de soledad y lejanía. Mensajes enviados por los hielos antárticos y océanos embravecidos, reino de pingüinos, lobos, leones marinos y gigantescas ballenas. 

Después están las tardes envueltas en el perfume del jazmín gardenia. Arbolitos de flores blancas que inundan con su perfume dulce y fresco toda Montevideo, como una niebla invisible que la brisa del río esparce. 

Las tardecitas que más me gustan son las que sopla el Pampero. Son las del aire límpio, el que cuando respiras te llena el alma y el cuerpo. Y ni qué decir del color del cielo, un azul tan intenso, tan profundo que sólo lo puedes ver en Montevideo. Después que el sol se esconde detrás del Cerro, empieza a verse el telón de la noche, escenografía para el espectáculo de teatro de las estrellas.

Por eso, las caricias y los besos en Montevideo nunca se olvidan porque los esconde la niebla y van envueltos de jazmines, estrellas y el viento que nunca los deja caer en el olvido del suelo.

A Montevideo su Río y mis gentes.

En un lugar de septentrión a 27 de octubre de 2022.

Los niños y la murga

Aquel carnaval coincidía con los últimos días de febrero. Quedaba poco para acabar el verano y entrar de lleno en el otoño.

Era notorio que los días se iban acortando. En el aire se respiraba ya la luz otoñal y esa melancolía que traen como una manta las noches largas.

Hablando de noches, ya se notaba el fresco que hacía tiritar de frío a las estrellas. Era casi obligado ponerse calcetines, zapatos cerrados y llevar a la tarde una chaqueta o un jersey, puesto, colgado del brazo o sobre los hombros con las mangas anudadas al pecho.

Quedaban pocos días para comenzar las clases o sea el año escolar. Por eso los chiquilines del barrio intentábamos disfrutar al máximo las delicias que nos traía el verano.

Jugar partidos de fútbol en la calle, mareaditos, como le llamábamos. Tirarnos con las chatas construidas con las maderas de un fondo de cajón de verduras, dos ejes salientes de madera, el posterior fijo y el anterior móvil para poder direccionar el vehículo, estos ejes llevaban encajados cuatro cojinetes o rulemanes, como les decíamos, a modo de metálicas ruedas. Con estas maravillas nos tirábamos por las pendientes calles del Cerrito de la Victoria, nuestro barrio. Al ir a tan poca distancia del suelo, de ahí el nombre de chata, la sensación de velocidad y libertad eran únicos y más para niños de entre siete y once años. Las carreras emocionantes que se organizaban. En la meta no teníamos bandera de cuadros pero nunca faltaba alguien con un un llamativo trapo de cocina, sustraído de la casa peligrosamente, jamás había el consentimiento familiar para llevarse un trapo de secar los platos.

Otra de las delicias del verano era jugar al “chate-piedra”. Un juego bastante parecido a las bochas pero sin bochas. En lugar de estas bolas de madera utilizábamos piedras o trozos de hormigón planos. Como las calles eran de cemento se deslizaban muy bien impactando en la piedra del contrincante y desplazándola del camino trazado. Todo un oficio de puntería.

Luego estaban las “guerras” con hondas, arcos o dardos, siempre intentando acertar a blancos predeterminados. Si bien evitábamos los accidentes, de vez en cuando se producía alguna pequeña herida entre los contendientes. Cuando esto pasaba, la bronca de los padres llegaba a ser monumental, con requisamiento de armamento y penitencia que duraba días. Por eso había que evitarlo.

Luego disfrutábamos sin límites los juegos grupales, “el librado”, “la escondida” o la “rayuela”.

Jugar bajo la lluvia de verano sólo con el pantalón corto era otra de las delicias. Fabricar barquitos de papel de estraza, hacerlos navegar por las aguas bravas de la torrentada o en los mares interiores y calmos de los charcos, nos despertaba la imaginación más extrema. Algunos eran destruidos por la incontenible fuerza de un huracán oceánico, otros, los que llegaban a ser engullidos por las enorme “boca de tormentas”, alcantarillas, seguían su lucha infatigable y heroica por los ríos subterráneos con destino al gran río, el ancho como mar. Allí vencerían en singulares batallas a galeones españoles con más de treinta cañones y devolverían el oro y la plata que habían robado a los pueblos indios del Norte allá en la enorme serranía de los Andes. Otras veces se tenían que enfrentar a temibles navíos piratas, ingleses o franceses que atacaban y robaban poblaciones de la costa del Gran Río. Eso sí con los que se aliaban siempre para combatir a portugueses y españoles era con los Corsarios de Artigas, aquellos barcos con bandera de la Confederación de las Provincias Unidas del Río de la Plata, armados por una Gran Nación que comenzaba su andadura en la democracia por aquellos tiempos: Estados Unidos.

Luego que pasaba la lluvia, montábamos en el jardín de la casa un auténtico barco de guerra. De los cuadrados metálicos del largo portón, salían unos troncos cilíndricos a modo de cañones. Invencibles. Unas veces éramos patriotas corsarios y otras desalmados piratas. El hecho es: siempre ganábamos.

Pero en los veranos cuando llegaba carnaval el disfrute llegaba a cotas inimaginables.

Primero recorríamos el barrio leyendo en los pizarrones de los clubes o sedes sociales que montaban tablados, escenarios donde actuaban las murgas o parodistas.

Los comentarios eran: “En le Club Industrias están los Diablos Verdes, Curtidores de Hongos y la Soberana”. “Sí pero en la Peña Vecinal Vivir vienen Asaltantes con Patente, La Escuelita del Crimen y Araca la Cana”. Esperábamos también a los Saltimbanquis, Patos Cabreros o la Milonga Nacional….

Lo primero que hacíamos evidentemente era armar nuestra propia murga.

Dos tapas de ollas grandes, sustraídas con sigilo de las cocinas, hacían de platillos. Unas latas grandes de conservas vacías perforadas simétricamente para atarles una cuerda, así colgaban como si fueran redoblantes que hacíamos sonar con dos palitos finos. Las latas grandes de aceite o queroseno, servían de bombos.

Luego, imprescindible para ser un verdadero murguista, había que pintarse la cara.

Pinturas no teníamos, como mucho podíamos utilizar un lápiz de labios rojo, pero eso era de alto riesgo, alguno de los amigos lo tenía que robar a su madre, asumiendo las terribles consecuencias si era descubierto. Por lo tanto utilizábamos mayoritariamente la pintura más asequible que teníamos: el negro hollín de un tapón de corcho quemado en una punta. El amigo que nos pintaba la cara lo utilizaba como un lápiz gordo.

Así quedábamos con las caras negras, a veces se veía claramente una estrella o una media luna. La mayoría de las veces eran rayas o círculos negros sobre los cachetes.

Todos embetunados de negro, las sonrisas lucía mucho más.

En esa felicidad salíamos por las calles del barrio imitando los bailes de las murgas y cantando trozos que nos sabíamos de memoria de algunas de las letras más famosas.

Casi siempre empezábamos con una letra de los Patos Cabreros de 1927 escrita por Omar Odriozola:

“Uruguayos campeones, de América y el mundo, esforzados atletas que acaban de triunfar, los clarines que dieron las dianas en Colombes, más allá de los Andes volvieron a sonar…”

“Retirada” 1968 de la murga “Milonga Nacional”, con letra de Carlos Modernell.

“Fue en noches de carnavales

que escuchamos al pasar

la pregunta de aquel niño:

¿Qué es una murga, mamá?

Murga: murga es una golondrina

Que en su romántico vuelo

Barriletes de ilusión

Va recortando en el cielo.”

Murga es el imán fraterno

Que al pueblo atrae y hechiza.

Murga es la eterna sonrisa

En los labios de un Pierrot,

Quijotesca bufonada

Que se aplaude con cariño,

Es la sonrisa de un niño

Al que ofrendan su canción…”

Cuando comenzaba a oscurecer íbamos corriendo a la puerta de los clubes donde había tablado para esperar la llegada de las murgas.

Estos venían en camiones grandes con la lona tapando la zona de carga. No fuera a ser que lloviera y se mojaran los vistosos trajes de los murguistas.

Los escuchabas venir de lejos. Los tres músicos con bombo, platillos y redoblante, iban siempre sentados al final de la caja del camión con las piernas colgando de la puerta abatida. El sonido de los platillos acompañados de algún redoble mientras el camión avanzaba veloz llenaba las calles de sonrisas y alegría.

– Mirá, mirá, allá viene el camión, seguro que son los Diablos Verdes.

– No, yo creo que son los Patos Cabreros….

Así es que nos quedó para siempre esta “retirada”:

Línea Maginot (1940)

«Se van, se van los Patos,

Los Asaltantes se van,

Se va La Gran Muñeca,

La Milonga Nacional,

Se van se van los Hongos,

Araca la Cana se va

Con Bochinche y compañia

Linea Maginot se va.»

Y así se pasaban los días de carnaval despidiendo el verano.

A mi hermano Aldo, con el cual “sentados al cordón de la vereda, bajo la sombra de algún árbol bonachón, vimos pasar coquetos carnavales, careta viva….”

Fernando

Un pasaje de INSTANTES ETERNOS

De como la tierna mirada de un lobo marino te puede hacer trascender el espacio-tiempo.

Pasando por los relojes blandos de Salvador Dalí.

INFINITA SOLEDAD

Entre lobos y océano duerme el Polonio. Aprovecha el sol del verano para hacer la siesta.

Sabe bien que es difícil dormir en los largos días y más largas noches de tormenta. Días y noches de vientos fríos con la mar estallando olas en las rocas y un aguacero de flechas.

La luz del faro inquieta avisa a los barcos del peligro que acecha.

Dicen que a veces sirenas y tritones empujan barcos a estrellarse con las rocas. Avisan a los hombres que la mar y la tormenta les pertenecen.

Sobrecoge el alma ver la luna de Agosto, la de hielo, ver el ancho camino de luz que deja. Sólo transitado por tritones sirenas viajando al Sur a los hielos eternos de la Antártida.

Dicen que con el hielo hacen collares que parecen de diamantes. Otros dicen que llevan las almas de los marineros que estrellaron sus barcos en las rocas.

Creo que son todas fábulas que cuentan petreles y albatros a los lobos cuando descansan en las rocas.

Por eso el Polonio aprovecha el sol del verano para hacer la siesta.

Si te estiras en una de las redondas y sensuales rocas, dormirás el sueño de una siesta.

Desaparece el tiempo y tu alma sobrevuela lobos, faro, océano y roca. Sientes la sensación de infinito. Sabes entonces que eres abismo, que eres lejanía, que eres poesía en las alas del viento.

Las siestas del Polonio son inolvidables igual que los temporales y tormentas.

La lluvia: mi amiga, mi compañera

Cuando la lluvia es tu compañera, siempre te alegras de volver a verla.

Cuando era niño me acompañaba a la escuela. Me regalaba charcos hermosos por donde podían navegar mis barcos. Los de papel de estraza navegaban por mundos lejanos, incluso si con una rama provocaba una tormenta. Tripulaciones de viajeros que no sabían que estaban en un charco.

Otras veces, con mis botas de media caña, saltaba de uno a otro salpicando mi bata blanca. Los más grandes charcos eran los que más me gustaban. Era un valiente explorador que avanzaba por ciénagas peligrosas, llenas de yacarés y anacondas que acechaban. Aunque iba tranquilo y seguro con mi protectora espada de palo.

Me encantaba que mi amiga me mojara la cara. Bueno, más bien me acariciaba, abría la boca y bebía su agua, pura, cristalina e inmaculada. Venía del cielo, los ángeles nos regaban.

En las largas noches de invierno era mi cantante de nanas haciendo que las gotas repicaran en el cristal de la ventana. Cuántos ritmos de tambores y redoblantes, a veces acompañados por los oboes del viento. Era el ritmo del cielo sonando en mi casa, en mi barrio.

En el verano, de pantalón corto y descalzo, bailando y saltando en medio del aguacero tibio que el cielo me regalaba. Entonces era un respetado chamán o brujo de una tribu de mis hermanos emplumados, feliz porque el cielo había escuchado la plegaria pidiendo lluvia para aplacar la sed de los campos en verano.

Llenaba de pequeños diamantes los pétalos perfumados, del jazmín, de las rosas, violetas y glicinas. No se olvidaba de sembrar también los pastos, las hojas por humildes y sencillas que fueran. Todas iban con sus collares de diamantes.

Siempre me alegro de verte amiga y compañera. Me devuelves los charcos y las flores con collares de diamantes.

Murmullos de la mar

Susurros de la mar en una mañana de primavera. 

Dice la mar que hay flores en la arena, también misteriosas pisadas de tres dedos.

Dice la mar que el aire junto a las rocas es limpio y fresco.

Dice la mar que le gusta el azul pastel del cielo, más si está salpicado de nubes blancas.

Dice la mar que están por llegar las barcas después de una noche larga persiguiendo sardines.

Dice la mar que piense en la musa y la veré, caminando por la arena con su vestido blanco de espuma y una diadema verde de algas sujetando la cabellera.

Tal vez ella, la musa,  me susurrará palabras para hacer poemas de luna.

Me gusta la mar charlatana y contenta explicando historias que si las creo seguro que son ciertas.

TU MIRADA EN EL VIENTO

Creo que me gusta el viento porque acerca cosas lejanas. Por ejemplo una mirada.

¿Qué esconde el viento en sus invisibles alas?

Sólo veo mecer de ramas, arena rodando por la playa, olas encrespadas o en remansos de agua, ondas, que los hacen parecer calles empedradas. Cometas de papel y cañas pintando cielos, sujetas por hilos en infantiles manos.

Viento frío que vienes de lejos. De vastas llanuras heladas o de montañas nevadas.

Las nubes viajan rápidas, parecen muy livianas.

Por eso, creo, me gusta mirar el viento, porque me acerca tu mirada.

Aquella que salió de tus ojos en una noche lejana o ¿en un amanecer de rojos, amarillos y naranjas?

Mirada maravillada, mirada de luz que viaja eternamente, como la luz de cualquier estrella solitaria.

En el viento nuestras miradas se encuentran, se aman. Juntas viajan a lugares magníficos, llenos de olas, montañas, praderas heladas, arenas volando por dunas lejanas.

Dame la mano, perdón, unamos nuestras miradas. Viajemos con el viento, susurrémonos palabras.

PRIMAVERA GUARDADA

Primavera guardada en el corazón,

tarde de luz junto a la mar.

Un faro solitario, enormes rocas doradas,

un océano azul profundo,

rugir de olas, rizos de espuma blanca.

Playas de arena gruesa,

caracolas gigantes y estrellas de mar,

intenso olor de algas rojas, yodo y sal.

Radiante azul claro del cielo,

viento helado, canto de ballenas,

aullidos de lobos de mar.

Horizonte que te lleva lejos, muy lejos,

por mares helados, naufragios perdidos,

voces mezcladas en el viento,

ahogadas entre anémonas y algas.

Compañía de primavera guardada,

arena gruesa, rocas doradas, 

olas y viento, caracolas y estrellas

olor de inmensidad atomizada. 

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